REFUGIOS DE PIEDRA
A
mis padres, Santiago González Gutiérrez y Serafina Noriega Sobrino
por la forma que se implicaron en darme cuantos datos guardaban en su
prodigiosa memoria, sobre las familias parraguesas y la relación de
unas con otras, asociadas a las distintas casas en las que moraron,
así como también el orden de nacimiento de sus hijos y otros datos
de gran valor antropológico como son: la emigración, sus oficios,
su forma de vida, sus costumbres, a lo largo de todo el siglo XX.
Como
reza en vuestro último refugio de piedra:
“El
recuerdo palpita en la dulzura, en el amor
y
en el ejemplo que nos dejasteis”
Con todo nuestro cariño.
ACLARACIÓN
PREVIA
Los
pueblos se forman de barrios, que son a su vez la sede de distintas
familias. Hay barrios en los que predomina un determinado linaje, un
apellido, como si hubiera habido un asentamiento primario del que
hayan eclosionado un racimo de familias. Pero, aunque no sea así, en
los barrios, por lo general, se siente la familiaridad más que la
vecindad, demostrada día a día cuando se necesitaban unos de otros
para socorrerse en la desventura, la enfermedad o en el trabajo: caso
de la siega, la siembra, el sallo, la esbilla, la esfoyaza o el
mataciu.
En
estas páginas se detallan las casas existentes desde finales del S.
XIX hasta principios del S. XXI, aunque, por desconocimiento más que
por falta de interés, algunas casas de construcción reciente no se
recogen por carecer de datos exactos de sus propietarios o usuarios.
Tiene
un valor sentimental más que documental para quienes las conocimos.
En el tiempo que va desde el inicio de este proyecto, enero de 2009,
fui corrigiendo cuantos errores detecté, aportando datos nuevos que me dan los lectores. Estoy seguro de que cada uno encontrará
otros más en lo que concierne a su propia familia. Pero también
habrá quien agradezca conocer otros más.
Va
dedicado con todo mi respeto a la memoria de quienes cito en sus
“Refugios de piedra”, barrio por barrio en el conjunto del pueblo
de Parres.
Sigo
un orden geográfico iniciado en el barrio en que nací, me crié y
eduqué, arropado por el cariño y el afecto de la gran familia que
representa para mí cada uno de mis vecinos.
En
los pueblos, las casas suelen llevar el nombre de sus más
característicos moradores o de quienes las mandaron construir. Los
apelativos o motes con que se les conocía los transcribo
“entrecomillados”, pero carentes de ningún sentido peyorativo.
Sirven para distinguir entre dos personas con el mismo nombre, a
veces, basados en alguna particularidad física, anatómica, o de
carácter sin que suponga discriminación alguna. Los términos “tiu”
o “tía” no tienen significado familiar; se aplicaban a personas
de cierta edad, más jóvenes de lo que yo pensaba de niño, pues la
esperanza de vida era más corta, entonces. Sinceramente pienso que
muestran antes respeto, familiaridad o cercanía en el trato que otra
cosa. No todo el mundo se hacía merecedor de tan cariñoso
tratamiento en los pueblos.
N.
d. A.:
Los
números que aparecen así [junto a las viviendas] están sacados del
Censo de Población de 1924 por mi vecina de La Caleyona, Rosa Mª
Ibarlucea Sobrino, dedicada a los aspectos genealógicos del pueblo
en un valioso estudio que generosamente me aportó y que todos
deseamos ver impreso pronto en un libro suyo.